El Avión (Diez y Ocho)

Mucha conversación banal, mucha música buena y muchos planes de viaje -estaba prohibido hablar de cómo íbamos a organizarnos en Bulgaria hasta dos jornadas antes de la llegada- ocupó nuestro viaje en coche hasta Santander. Tan sólo paramos a merendar y cambiar de conductor y el gps hizo el resto, aunque todo hay que decirlo, con muchos más errores que aciertos.

De hecho, en Santander nos hizo pasar hasta dos veces a tan sólo una manzana del hotel pero, ni con esas, acertó. Fue entonces cuando Juan desconectó el aparato e, inspirado quizás por la música de los Ramones, decidió que la mente humana era mucho más fiable que un aparato con voz entrecortada y nos llevó en dos segundos hasta la puerta del hotel.

Después de la pertinente identificación ante la señorita de recepción decidimos ir a pegarnos una duchita y quedar abajo para ir a tomar unas cañitas y a cenar algo. El día, a pesar de que aún estábamos a mediados de abril, era maravilloso. El sol había pegado fuerte durante todo el día ya la temperatura, a esas horas de la tarde, debía de estar rondando los 18 grados.

Subimos a nuestras respectivas habitaciones juntos en el ascensor. Estábamos en la segunda planta en habitaciones contiguas y en la puerta de las mismas nos despedimos. Habiamos quedado que el primero que terminara- seguro que sería Juan-pasase a buscar al otro por su habitación.

Tras la inspección de rigor a la estancia, a las toallas del baño y a la neverita, procedí a a encender la televisión mientras abría las maletas y sacaba una camiseta y un vaquero. Tenían satélite en el hotel así que rapidamente busqué el canal con deportes y comencé a hacerme un porrito mientras escuchaba el boletín de noticias deportivas que, con gesto adusto- propio de quien está informando sobre un atentado de la ETA- conducía un chico vestido con aspecto informal para estar en la tele.

Con el peta ya en los labios me senté en la taza del water mientras el vapor comenzaba a inundar el baño. El agua ya estaba caliente. Salí del baño para dejar el peta en el cenicero de la habitación y, en esos momentos, escuché como en la televisión hablaban del Celta-Depor. Era mañana y, por primera vez en mucho tiempo, no iba a estar en el campo para verlo. Tenía cosas más importantes que hacer. Subí la voz del televisión casi a tope y me metí en el baño con la puerta abierta. La ducha no tenía porque estar reñida con la información.

Con la toalla en la cintura y la chusta en los labios le abrí la puerta a Juan. Nada más entrar masculló algo sobre lo que tardaba en ducharme y cambiarme y también algo sobre mi futura sordera si seguía escuchando la tele a ese volumen. Le dije que cogiese un par de cervezitas de la neverita para tomar mientras me vestía y, mientras las tomábamos, terminé de vestirme.

Dejamos la llaves en la recepción y, con el propósito de no volver muy tarde para iniciar mañana el viaje temprano abandonamos el hotel. Antes de salir, Juan charló con el recepcionista durante cinco minutos mientras yo fumaba un lucky en la puerta del hotel. Luego me contó, de camino a la zona de vinos, que le había encargado que nos buscase un hotel para la etapa del día siguiente. El destino sería Irún.

- Me encanta que me lo cuentes todo -le dije entre dientes.
- Es que no quiero que te despistes con cosas banales, me dijo con ironía,tengo un par de ideas que comentarte al respecto de lo de Marta y quiero que centres toda tu atención en ellas. No que estés con la cabeza en otras cosas.
- Ya sabes que puedo hacer más de una cosa a la vez, respondí con una mueca irónicna.
- Lo sé,pero no se trata de cagar y comer nin nada por el estilo, contestó.

Los Relatos de Perseo

Perseo es un ser que no siente demasiado. Un hombre perdido en un mar de contradicciones, lleno de defectos y vicios y con apenas virtudes. Un día descubrió que lo que realmente quería era escribir e inició este blog para poder comprobar que, sino hiciese públicos sus relatos, dormiría mucho más tranquilo por las noches.