El Avión (Tres)

Tras la cena, eché el vistazo de rigor a los periódicos casi de ayer y me entretuve en una breve charla intrascendente y deportiva con Suso, el dueño del "Berna". El descafeinado de máquina, acompañado de un chupito de Johnnie "a cuenta de la casa" y de los bostezos, me indicaron que ya era hora de marcharme a casa. El hijo de emigrantes gallegos de ciento y muchos quilos de detrás de la barra me despidió con su clásico "nos vemos mañana, si Dios quiere" y yo le contesté con mi parco "tamañana", mientras salía por la puerta dispuesto a pelearme con el sueño, una noche más.

Abrí el portal y entré. Mientras esperaba el ascensor, mi vista se dirigió hacia el buzón del correo y allí vi algo que asomaba por su boca y que no parecía una carta con facturas -la única correspondencia que solía llegarme-.Me acerqué al buzón y, ya sin abrirlo siquiera, saqué desde arriba aquello que había llamado mi atención. Era una postal y, sí, era de Marta.

La postal estaba sellada en Budapest y mostraba una estampa nocturna del Castillo de Buda, uno de los grandes atractivos turísticos de la "Perla del Danubio" que yo recordaba muy bien porque allí, de viaje con Marta dos años atrás, había perdido mi cartera con toda la documentación. Marta estaba en Budapest.

Aunque parezca increíble, en el breve lapso de tiempo que va desde que vi la foto de la postal hasta que le dí la vuelta para leer lo que Marta me tenía que decir, se me pasaron mil cosas por la cabeza. Había ido al banco el día anterior y, tras explicarle la situación que estaba pasando al interventor de la sucursal, conseguí averiguar que Marta no había hecho ninguna compra con sus tarjetas desde su desaparición y que tampoco había hecho ninguna retirada en efectivo. Nada de nada. La policía tenía además alertadas, desde que había puesto la denuncia su hermano- a mi como pareja sin más no me habían hecho puto caso-, a las compañías aéreas, de autobuses y de alquiler de coches, con lo cual Marta no podría haber salido del país en ninguno de estos transportes sin ser descubierta. ¿Cómo cóño habría llegado hasta Budapest entonces?

Éste y otros muchos pensamientos, como el de si realmente Marta estaría en Budapest, pasaron por mi cabeza en apenas un segundo, el tiempo que tardé en darle la vuelta a la postal y encontrarme con la letra de Marta. "Miguel -me decía- sé que es difícil para todos pero necesitaba tomarme un tiempo. Necesitaba cambiar de aires y hacerlo sin ti. Besos".
Me cago en tu puta madre, pensé. ¡Otras putas veintiuna palabras!

Los Relatos de Perseo

Perseo es un ser que no siente demasiado. Un hombre perdido en un mar de contradicciones, lleno de defectos y vicios y con apenas virtudes. Un día descubrió que lo que realmente quería era escribir e inició este blog para poder comprobar que, sino hiciese públicos sus relatos, dormiría mucho más tranquilo por las noches.